Lo único que exijo es que la poesía esté ahí, Cees Nooteboom

Calle del Orco

He vivido con la poesía toda mi vida y a estas alturas sé que esto no es en modo alguno fácil de explicar. Para la mayoría de las personas, la poesía apenas existe, o existe solo de manera ocasional. Solo raras veces sucede que una relación especial con la poesía domine la vida entera: no solo escribirla, sino también leerla. No es algo que uno se proponga; esto se deduce fácilmente. A la mayoría de las personas les hace aborrecer la poesía la manera en que se les pone frente a ella en el colegio, donde resulta obligatoria, algo de lo que uno no puede librarse. Un lenguaje que se comporta de un modo distinto del habitual, que se torna extraño de repente. Las mismas palabras de siempre, pero como si vinieran de otra tierra. Se supone que todo el mundo tiene que conocer a los clásicos de su país…

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El gran diálogo del Quijote, Fernando Vallejo

Calle del Orco

¿Y si el Quijote no es una novela de tercera persona, qué es entonces, cómo lo podemos describir aunque sea por fuera? Es un diálogo. Un gran diálogo entre don Quijote y Sancho con la intervención ocasional de muchos otros interlocutores, y con Cervantes detrás de ellos de amanuense o escribano, anotando y explicando. Hojeen el libro y verán. Ahí todo el tiempo están hablando, conversando, en pláticas. Y de repente, «estando en estas pláticas», aparece gente por el camino y don Quijote les cierra el paso: «Deteneos, caballeros, o quienquiera que seáis, y dadme cuenta de quién sois, de dónde venís, adónde vais, qué es lo que en aquellas andas lleváis». Eso, o cosa parecida, dice siempre, y siempre le contestan que llevan prisa y que no se pueden detener a contestarle tanta pregunta. «Sed más bien criado», replica entonces don Quijote, «y dadme cuenta de lo que…

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Esa batalla perdida que es la infancia, Enrique Vila-Matas

Calle del Orco

La herencia del horror marcaría el declive de la infancia y de la genialidad. Con mi primer paso en el desierto y el descubrimiento de la realidad, todo fue cambiando, y ya no ha cesado nunca de hacerlo y, además, de empeorar. Avanzar por el desierto de la vida ha servido para constatar que al final apenas queda nada en pie de nuestro mundo, del decorado que nos fue propio, de nuestra entrañable calle Rimbaud, allí donde estaba todo nuestro mundo, y ahora simplemente no está.
Nada, apenas nada queda. Ayer volví al paseo de Sant Joan, regresé al camino que más veces he hecho en la vida, y que tanto me ayudó a construir un mundo literario propio. Lo conozco de memoria, pero sólo sobrevive ahí en mi memoria, en mi recuerdo, ya que ese mítico y fundacional camino de casa al colegio está muy transformado. Lo han…

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>Más allá de la tumba, del cuerpo

500ejemplares

>

Los espacios representados en la narrativa de Fabio Morábito contravienen los axiomas de la topografía religiosa: en ellos las virtudes o deslices teologales son suplantados por una ambigüedad que puede volver indistinguibles el edén del infierno o del calmoso purgatorio. Todo territorio parece allí el producto de alguna convulsión que cambiara el esperado vínculo entre unos hábitos y un punto del suelo; las maneras de los personajes que en esa zona se topan e interactúan adquieren la excentricidad de la catástrofe. En una geografía casi novedosa, la conducta humana se hace igualmente inédita, se compone de gestos que en sí mismos son una iniciación.

En su primera novela, Emilio, los chistes y la muerte (Barcelona: Anagrama, 2009), Morábito hace de un cementerio asentado sobre suelo volcánico el lugar donde se desarrollan las historias de variados deseos. Esa superficie—donde no faltan panteones, cavernas ni espesuras—es la versión material del argumento…

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Romeo y Julieta 2.0

a través de Romeo y Julieta 2.0

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LA ZONA FANTASMA. 25 de marzo de 2018. ‘Buen camino para el asesinato’

javiermariasblog

Los siete magníficos de 1960 no era un western muy bueno, pero sí simpático. Inferior a otros de su director, John Sturges, era una adaptación, trasladada a México, de Los siete samuráis de Kurosawa. Entre los siete, capitaneados por Yul Brynner vestido de negro, estaban algunos actores principales o secundarios que después alcanzaron la fama: Steve McQueen, James Coburn, Charles Bronson y Robert Vaughn (éste sobre todo en la serie El agente de CIPOL), todos más bien blancos. En 2016 se hizo un remake poco apetecible con Denzel Washington, pero una noche perezosa lo pillé en la tele y le eché un vistazo. En seguida me desinteresó, porque los siete de ahora eran totalmente inverosímiles, como un viejo mural de la ONU representando a las razas del globo. Aparte de Washington, negro, había un hispano o dos, un asiático, un indio o “nativo americano” y no recuerdo si…

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Soledad

Dios ha pasado

dejando su creación

sobre mis manos

 

y no vuelve

 

los brazos me están temblando

y no sé dónde apoyar

mis codos.

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Una calle cualquiera

En las ciudades hay cosas que son criticables: el ruido, el desorden en el transporte público, y si eres amigo o simpatizante de la conservación ambiental, más aún; dan mucho de qué hablar. Sin embargo, existe algo que desde mi punto de vista no deja espacio a la crítica sino al elogio, a la glorificación; y es una pena que nadie lo haya tomado en cuenta hasta hoy, o por lo menos NO, como se merece. Hablo de los avisos publicitarios y de información que se encuentran en calles y avenidas, a orillas de una autopista, sobre el dintel de la puerta de un negocio cualquiera, y algunas veces, en las azoteas de los edificios.

Explorando en la red, “googleando” como dicen los jóvenes de hoy, con respecto a la historia de los anuncios publicitarios en calles y avenidas, nos damos cuenta que no es cosa de hoy, que la publicidad tienen una tradición milenaria. La muestra de ello es la historia del papiro que fue encontrado entre las ruinas de la ciudad Egipcia de Tebas, escrito y publicado hace 5.000 años, y que se conserva en el British Museum de Londres. En dicho documento, un comerciante denuncia la huida de un esclavo y ofrece una recompensa a quien lo encuentre; pero además, este buen hombre, aprovecha la ocasión – lo cual es propio de los hombres de negocios – para anunciar su tienda de telas con la frase «quien lo encuentre, lo devuelva a la tienda de Hapú, el tejedor, donde se tejen las más hermosas telas al gusto de cada uno».

Desde luego, todo ha ido cambiando con el paso del tiempo. Ahora, difícilmente podría encontrarse publicidad en papiros. Para bien o para mal, la publicidad tiene otros medios que no viene al caso hacer un recuento, lo que no ha cambiado aparentemente es el ingenio, la creatividad, tanto en el caso del comerciante que anuncia su tienda de telas en el papiro, como en los medios que usan los actuales anunciantes.

Sé lo que está pensando la mayoría de ustedes, y antes de que envíen este texto a la basura, permítanme explicarles cuál es mi punto. Hace algunos años, de paso por una ciudad del sureste peruano, una ciudad fría – en el sentido literal de la palabra – pude descubrir uno de esos avisos que bien puede hacerse acreedor de mil elogios, y además, servirnos de ejemplo. Se encontraba arriba del dintel de una puerta de madera de color marrón, sobre una base de metal, plateada, las letras en color rojo oscuro se leían:

ALTA PELUQUERÍA EL GOLFO PÉRSICO

Veamos. En principio, es de sospechar que el dueño de esta “alta peluquería” es un hombre que conoce, y bastante bien, la historia de Medio Oriente. Es decir, nos encontramos ante un peluquero culto y excepcional, digno de reconocimiento público; puesto que, es difícil – y más aún en estos tiempos – encontrar a personas de este lado del mundo que conjuguen de modo tan espléndido las tijeras y el peine con la historia medio-oriental. En segundo lugar, podríamos suprimir la idea de que el dueño de esta “alta peluquería” nació y creció en este lado del mundo, y a cambio, asumir que se trata de un inmigrante iraní, que vino, aún siendo muy joven a realizar su sueño anhelado en estas tierras; de otro modo no tendría sentido que diga “El Golfo Pérsico”. Pero ¿entonces no es un hombre culto? Todo lo contrario, reafirma su nivel cultural. Puesto que sabe, y con acierto, que así como en Irán, en Perú hay también mucho “pelo que cortar”. De modo que, por donde usted lo mire, él, tiene eso que la sociedad culta suele llamar: “un nutrido bagaje de conocimientos”.

Lo malo es que en esos días, yo aún no tenía una cámara fotográfica, y ahora no hay evidencia que mostrar. No saben cuánto lo lamento.

De cualquier modo, eso existe, no estoy inventando nada; así como existen otros tantos avisos que igualmente son dignos de elogio. Y ahora, cámara  en mano, que de manera extraordinaria, casi mágica, detiene el tiempo con solo un flash, puedo darme el lujo de decir aquí está, esto es lo que encontré a mi paso:

estilista

Como es de comprender, este aviso también da espacio al aplauso. Podríamos empezar reconociendo que hay un refinamiento en el lenguaje. Un hablante común habría escrito: “se necesita un peluquero”; pero no. Y eso dice mucho del nivel cultural de este empleador. Y lo de “Ciudad de Dios” pues, imagino que fuera de aquí, en otros espacios de este universo infinito, igualmente no se puede prescindir de un “estilista”.

¿Habrá quién se anime a presentar su currículo?

No lo sé. Si yo no tuviera que escribir este texto, juro que presentaría el mío… No soy ni peluquero ni estilista; pero creo mucho en ese viejo refrán que dice, “echando a perder se aprende”, y no creo que tenga que echar mucho a perder antes de convertirme en “el mejor estilista de Ciudad de Dios”.

Pero, dejando un poco de lado a los peluqueros, no porque no me caigan bien, sino porque, sin darme cuenta creo que estoy hablando demasiado de estas personas que, con un peine y una tijera, son capaces de cambiarle el rostro a cualquiera, incluyendo el mío, y estoy descuidado otros aspectos de la publicidad que son tanto o más importantes. Pido excusas por ello.

El que vemos a continuación, por ejemplo:

caldo de gallina

En este caso particular, la pregunta ingenua que cualquiera podría hacerse, sería: ¿qué tienen en común una “Federación de Empleados Bancarios” con un caldo de gallina?

Pues bien. El caldo de gallina, dicho no por mí, sino por expertos en el campo de la medicina, tiene un valor terapéutico. Se sabe por ejemplo que Maimoniades, médico, rabino y teólogo, en el siglo XII  lo recomendaba a pacientes víctimas de infecciones respiratorias. Y en nuestros tiempos, aseguran que la ingestión del caldo de gallina ayuda con la descongestión nasal, la hidratación y el soporte nutricional; además, mejora el sistema inmune y digestivo, también produce un relajamiento psíquico causado por el acto de tomar el caldo.

¿Y quién dice que los empleados de esta federación no están al tanto de las propiedades de este plato casi milagroso? ¡Son empleados bancarios! Ellos saben mejor que cualquier otra persona, cómo es la movida económica, cómo pueden comer y prevenir enfermedades a la vez, y de paso, cómo ahorrar unos centavos. Lógicamente, hecho el milagro, la mejor manera de rendirle tributo a este plato, es tomar su nombre como rótulo de la federación, es decir, hay una lógica intencional, un modo de demostrar gratitud.

Otro de los anuncios que también merece nuestro reconocimiento, es el siguiente:

ingles japones

El día que lo encontré, justo en esta esquina, comprendí mejor que nunca, el significado de “mundo globalizado”, de las exigencias del mismo, y el ingenio de unos cuantos para contribuir y enfrentar sus desafíos.

Lo que nos están diciendo aquí, en mí modesto entender, es lo siguiente: no puedes con el “japonés”, pues aprende “inglés” y si no puedes con ninguno de los dos, puedes postularte para “costura”. ¿No les parece una genialidad? Claro, toda una propuesta para enfrentar al mundo de hoy.

Anuncios así, se encuentran en todas partes, en cualquier ciudad, solo hace falta tener una cámara en mano, para después mostrar y demostrar el ingenio, la creatividad de nuestros anunciantes.

Tengo muchos otros anuncios que mostrar, como ya lo había dicho antes. Pero no quiero parecer pretencioso. En todo caso, me gustaría dejar un solo ejemplo a disposición del público, y a ver quién se anima a decir algo. Quién lo haga, le ruego por favor, no olvide de compartir su comentario conmigo, se lo voy agradecer infinitamente:

arrosz
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